lunes, 23 de agosto de 2010

Escapar

Y el muchacho se encontraba llorando bajo el puente, pues no quería que los habitantes de su ciudad le vieran, se sentía mal, muy mal, aburrido y cabreado.
 Aburrido pues solo le hacían caso cuando los demás no estaban, porque siempre era el último y siempre lo iba a ser.
Cabreado pues algunos de los habitantes no hacían más que hacerle la vida imposible sin que él pudiera hacer nada por remediarlo.
Frustración, si esa era la palabra, frustración por sentirse inferior, por sentir como algunos le fastidiaban sus sueños y no podía hacer nada por remediarlo y porque se encontraba en una encrucijada. Porque no sabía que debería hacer con su futuro ahora, porque tenía miedo, miedo de enfrentarse a todos aquellos que no le permitían continuar, pues aquello podría suponer un desastre de magnitudes inimaginables.


Y sin embargo, esta vez parecía que si se podía apoyar en alguien.

El muchacho decidió salir del puente al amanecer, pues una mano conocida le empujó de allí, pero entonces comenzó a llorar bajo la lluvia, ya era muchos años escondiéndose todas las noches allí y, por fin, tenía algo que le hacía salir. El chico se mantuvo en la distancia mientras observaba cauteloso a quien le visitaba en su escondite cada día. Pero entonces quiso agarrarla de la mano y correr, correr lejos de todo y de todos, lejos de cualquier preocupación, lejos de todas las personas que le hacían sentir mal, lejos de cualquier cosa que podría enturbiar la paz que sentía a su lado.

Sin embargo ella le obligaba a volver a la ciudad, y entonces volvía a pensar en escapar y correr por aquellas verdes praderas que rodeaban la ciudad y que suponían un momento de respiro.

Pero no podría escapar por completo. Al menos por el momento.

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